
Cuantas veces habremos oído la expresión, «me salvé por los pelos». Ni se me podía pasar por la imaginación cuál sería el verdadero origen de su uso. Pues veréis… Si la alopecia en la actualidad supone un auténtico quebradero de cabeza para sus sufridores, llevándonos en ocasiones a intentar solventarla con los más pintorescos e inimaginables métodos; en otros tiempos un buen “pelamen” era una cuestión de vida o muerte.
Es conocido que, entre la marinería, la natación no es un deporte que manejen con habilidad y que, aunque cada vez en menor proporción, fuera casi seña de identidad el no saber nadar.
Pues bien, en tiempos no muy lejanos; y dada aquella circunstancia; una buena melena se convertía en un magnifico asidero para poder salvar al atribulado marinero que había caído al agua y chapoteaba con delirio y con un destino incierto , ya que las ropas estarían mojadas y la probabilidad de que se rompieran dada su ínfima calidad era tan alta como un buen día de lluvia en Santiago de Compostela.
Por eso, era habitual que lucieran a los cuatro vientos sus melenas, convertidas en salvavidas siempre prestos, fáciles de transportar, baratos y difíciles de olvidar aún en las peores circunstancias. Así el que caía al agua y era rescatado gracias a tan natural artilugio había sido “salvado por los pelos”.