Los efectos del COVID-19

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Photo by Miguel Á. Padriñán on Pexels.com

Autor: AN

Dicen que la peste de Justiniano, en el año 541, fue el principio del fin del imperio Romano; la peste negra (1.348) supuso un abierto cambio de mentalidad con respecto al disfrute de los placeres terrenales y una mejora de las condiciones laborales  de los atribulados trabajadores del campo; la  gripe española del 1.918 (cuyo origen parece localizarse en Kansas, y que probablemente supuso la muerte de más de 50 millones de personas), trajo entre otras muchas consecuencias un incremento de los salarios y una mayor participación de la mujer en el mercado laboral. Y, la peste de nuestro siglo¿qué nos traerá?

En el mercado inmobiliario empiezan a vislumbrarse los primeros efectos, pero creo que es demasiado pronto para sacar conclusiones. Algo está claro: lo que vemos no es todo lo que hay. En un reciente articulo publicado en El Confidencial (21.06.2020), se afirmaba que en Madrid habían salido al mercado 8.000 viviendas, pasando de las 12.000  de la era pre-coronavirus, a las 20.000 en el momento actual. A pesar de ello (y ante la sorpresa del autor), los precios no estaban actuando como la inevitable ley de la oferta y la demanda les obliga; dado que, ante ese fuerte incremento de la oferta, los precios habían de correr como alma que lleva el diablo hacia niveles inferiores.

Por supuesto, sin animo de enmendar la plana a nadie, la respuesta de los mercados (salvo en aquellos con un alto componente especulativo), no funcionan de forma automática. Es necesario que los actores principales del mercado vayan del alguna manera re-situándose; y no lo harán hasta que dispongan de un nuevo guion completo, el cual aun tiene demasiadas lagunas, que pueda dirigirlos en el nuevo acto de la comedia (o tragedia…).

De momento, las viviendas que han salido al mercado se entiende que se relacionan mayoritariamente con aquellas que tenían en el turista y en el residente de corta duración su clientela objetiva. Otras causas distintas a estas, en mi opinión, carecen de relevancia cuantitativa, fundamentalmente por el escaso horizonte temporal en que nos vemos en la actualidad.

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Photo by cottonbro on Pexels.com

Los propietarios de estas viviendas, salvo que hayan adquirido tal condición a costa de un fuerte apalancamiento (y las obligaciones económicas sean perentorias), o una fuente relevante de ingresos, no bajaran sus precios hasta que dispongan de referencias claras de cual es el precio de equilibrio. Y eso necesita tiempo. Demandantes y oferentes han de darse la mano que cierre el acuerdo y esta aun tiene demasiado gel desinfectante.

En cuanto a las viviendas destinadas al alquiler de vivienda habitual, por diferentes circunstancias como las medidas ejercidas por el gobierno (moratorias Decreto 03.2020); la aversión a la perdida; y, hasta me atrevería a decir que, en algún caso, por un altruista sentimiento de solidaridad, aun están bloqueadas para una eventual salida al mercado,  que incluso pudiera no tener lugar si el tren de la recuperación se activa con rapidez y sus efectos sobre el empleo son temporalmente cortos.

Por otra parte, y en el ámbito de la capital del Estado, venimos de una potente escalada de precios (que no se evitarán con restricciones del mercado, por supuesto) que en el último lustro, dependiendo del barrio al que se refiera el dato, se ha estimado entre el 20 y el 60%. Ante una falta evidente de vivienda para el alquiler, el efecto final sobre los precios se verá fuertemente condicionado por la presión demográfica que ha llevado a la misma escalada de precios.

Muy probablemente se produzca una desviación de la demanda hacia zonas más alejadas del centro o hacia viviendas con una buena terracita que puedan aliviar un más que probable rebrote de la enfermedad; quién tenía una terraza durante el largo confinamiento tenía un tesoro y era la envidia de todos sus grupos de Whatsapp,  a los que bombardeaba con fotos disfrutando de una buena cervecita (Estrella de Galicia of course) al “fresco”.

De momento, las incertidumbres ganan por goleada (siempre ganan pero sin tanta contundencia), a las certezas. Así que, como decía San Ignacio de Loyola a sus piadosos seguidores: ”En tiempos de tribulación no hacer mudanza” o, de forma más prosaica y si las circunstancias lo permiten, ”quietos hasta ver…”.


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